miércoles, 19 de septiembre de 2012

El líder nunca da menos de lo que representa su mejor esfuerzo


Henry Alfred Kissinger (1923). Político germano-estadounidense de origen judío que tuvo una gran influencia sobre la política internacional. Fue Secretario de Estado durante las presidencias de R. Nixon y G. Ford, entre 1969 y 1977, y Consejero de Seguridad Nacional durante todo el mandato inicial del primero. Se caracterizó por llevar las riendas de un proceder internacional fuerte pero al mismo tiempo negociador, concibiendo la intervensión militar como último recurso, siendo el artífice de la denominada política de distensión con la URSS y China, país con el cual logró, durante el mandato de Nixon, consolidar excelentes relaciones, situación en la cual casi se logra una paz entre los bloques oriental y occidental, pero que no fue continuada por sus sucesores. Recibió el premio Nobel de la Paz en 1973.


Se comenta que cuando Kissinger fue  Secretario de Estado, pidió a un joven miembro de su equipo de asesores preparar un trabajo sobre un tema delicado. El joven era nuevo en el trabajo y, queriendo impresionar a su jefe, puso empeño durante dos semanas completas. Pero dos días después de presentarlo, Kissinger se lo devolvió con una nota garabateada en la parte superior: “Es terrible, vuelva a hacerlo”.

El joven se sintió deprimido. Pero al cabo de una detenida reflexión admitió que podía mejorar su trabajo. Dedicó una semana de duro esfuerzo en la reelaboración del trabajo y envió una nueva versión. De inmediato se lo devolvió con una nota: “Es peor que la primera versión. ¿Acaso no puedes mejorarlo?”

Transcurridos unos poco días  y luego de reescribir una tercera versión, el joven entregó el trabajo con una nota que decía: “Quizá no sea muy bueno y lamento hacerle perder su tiempo. Pero es lo mejor que puedo escribir sobre este tema”. He aquí la nota con la que le contestó Kissinger: “Ahora sí leeré tu trabajo”.

Entre muchas profundas expresiones se le atribuye:  

La tarea de un líder es llevar a su gente de donde está, hasta donde no haya llegado jamás.


Reflexionando al respecto twittié:

"La misión del emprendedor es conducir a la sociedad al futuro, en función a su visión. "



lunes, 17 de septiembre de 2012

Cuando se trata de trabajar, el líder siempre da el ejemplo



George Washington (1732 — 1799). Primer Presidente de los Estados Unidos entre 1789 y 1797 y Comandante en Jefe del Ejército Continental revolucionario en la Guerra de la Independencia (1775–1783), siendo considerado el Padre de la Patria.

En un mañana de invierno, el General  Washington, saliendo de su cuartel general, subió el cuello de su gran abrigo y bajó su sombrero para proteger su cara del terrible frío.Conforme se dirigía a donde los soldados estaban fortificando un campo, ninguno podía reconocer que la figura alta y encapotada era el Jefe Supremo del Ejército. Se acercó al campamento y se detuvo a observar a una pequeña compañía de soldados que, bajo el comando de un cabo, estaban edificando una trinchera de leños. 


Los hombres estaban arrastrando un leño muy pesado y el cabo, muy importante y superior, estaba parado a un lado, dando órdenes.

—¡Arriba con él! —gritaba—¡Ahora todos juntos!, ¡Empujen!, ¡Ahora!

Con un fuerte empujón, el leño estaba casi en su lugar, pero era demasiado pesado y antes de alcanzar el tope de la estaca, se derrumbó. El cabo rugió nuevamente:

—¡Arriba con él! ¿Qué pasa con ustedes? ¡Arriba con él! ¡Traten otra vez!

Los hombres tiraron y se esforzaron nuevamente; el leño casi alcanzó la cima, pero se zafó y una vez más se derrumbó.

—¡Levántenlo con fuerza! —rugió el cabo— ¡uno, dos, tres!,¡Ahora!

Y entonces justamente cuando el leño iba a derrumbarse por tercera vez, Washington corrió hacia él, lo empujó con toda su fuerza, y el leño cayó en su sitio. Los jadeantes y sudorosos hombres se volvieron para darle las gracias, pero Washington se dirigió hacia el cabo.

—¿Por qué no ayuda usted a sus hombres cuando necesitan una mano con esta dura tarea?
—¿Quiere saber porqué?—contestó el hombre— ¿No ve usted que soy cabo?

Washington abrió su abrigo y mostrándole su uniforme, dijo: "Yo soy sólo el Jefe Supremo."

Cuando recuerdo esta anécdota, viene a mí la siguiente frase que se le atribuye:  

Trabajar para mantener viva en tu pecho esa pequeña llama de fuego celeste, la conciencia.
 
Reflexionando al respecto twittié:

"Registra cada transacción apegado a las NIIF, cuidando la tranquilidad de tu conciencia ".


miércoles, 12 de septiembre de 2012

Por alcanzar su sueño, el líder escucha el consejo y actúa rápidamente



Ferdinand Anton "Ferry" Porsche  (1909 -1997). Ingeniero y constructor de automóviles alemán. Fue colaborador de su padre (Ferdinand Porsche) desde que en 1931 abrió su propia oficina de proyectos y fue adquiriendo responsabilidades, estando a cargo del departamento de investigación y desarrollo en el proyecto Volkswagen. En 1947, junto a Karl Rabe y Erwin Komenda comienza el estudio de un deportivo biplaza sobre el Volkswagen, el proyecto nº356 que se convertiría en el primer Porsche 356, el primero de la historia de la marca.

En el verano de 1951, Max Hoffman, influyente distribuidor de autos europeos en Estados Unidos, entre ellos Mercedes-Benz, visitaba Alemania, vio el Porshe 356 y se quedó impresionado. Indagó y se puso en comunicación con el fabricante.

Ese invierno Ferry fue a Nueva York y cenaron juntos en un restaurante de Manhattan. Durante las negociaciones, Hoffman le dijo que un auto así necesitaba para ser comercializado con éxito un logotipo emblemático.

Cuentan que tomó una servilleta de papel y dibujó lo que sería el logo de Porsche, tomando partes de dos escudos oficiales. Del de Baden-Wurttenberg usó las astas de ciervo y franjas rojas y negras, y del de la ciudad de Stuttgart, el corcel negro encabritado. A esto sumó dos textos: el de Porsche, presidiendo el escudo, arriba, y Stuttgart al centro, sobre el caballo.

Regresó a Alemania con la servilleta en el bolsillo y le trasmitió la idea a Komenda, su amigo y diseñador, quien terminó de darle la forma que conocemos y ha permanecido inalterable hasta hoy.


Se le atribuye, entre otras muchas, la siguiente expresión:
 
En un principio miré y no encontré el coche con el que soñaba, entonces decidí construirlo yo mismo
 

martes, 11 de septiembre de 2012

El líder cuida los detalles



Ricardo III, rey de Inglaterra (1452- 1485) . Fue el último rey de la Casa de York, que  significó el fin de Plantagenet, de la Guerra de las Dos Rosas y el advenimiento de los Tudor.

Se comenta que el 22 de agosto de 1485, el rey Ricardo III se preparaba para la batalla de Bosworth contra el ejército de Enrique, conde de Richmond. Para ello, envió a un palafrenero a comprobar si su caballo favorito estaba preparado.
-Ponle pronto las herraduras -le dijo el palafrenero al herrero-. El rey desea cabalgar al frente de sus tropas.
-Tendrás que esperar -respondió el herrero-. En estos días he herrado a todo el ejército del rey, y ahora debo conseguir más hierro.

-No puedo esperar -gritó el palafrenero con impaciencia-. Los enemigos del rey avanzan, y debemos enfrentarlos en el campo. Arréglate con lo que tengas.

El herrero puso manos a la obra. Con una barra de hierro hizo cuatro herraduras. Las martilló, las moldeó y las adaptó a los cascos del caballo. Luego empezó a clavarlas. Poco después de clavar tres herraduras, descubrió que no tenía suficientes clavos para la cuarta.

    -Necesito un par de clavos más -dijo-, y me llevará un tiempo sacarlos de otro lado.
    - No puedo esperar. Ya oigo las trompetas. ¿No puedes arregártelas con lo que tienes?
    -Puedo poner la herradura, pero no quedará tan firme como las otras.
    -¿Aguantará? -preguntó el palafrenero.
    -Tal vez, pero no puedo asegurártelo.
    -Pues clávala -exclamó-. Y deprisa, o el rey Ricardo se enfadará con los dos.

Los ejércitos chocaron, y Ricardo estaba en lo más fiero del combate. Cabalgaba de aquí para allá, alentando a sus hombres y luchando contra sus enemigos.

    -¡Adelante, adelante! -gritaba, lanzando sus tropas contra las líneas de Enrique.

A lo lejos, del otro lado del campo, vio que algunos de sus hombres retrocedían. Si otros los veían, también se retirarían. Ricardo espoleó su caballo y galopó hacia la línea rota, ordenando a sus soldados que regresaran a la batalla. Estaba en medio del campo cuando el caballo perdió una herradura. El caballo tropezó y rodó, y Ricardo cayó al suelo.
Antes que el rey pudiera tomar las riendas, el asustado animal se levantó y echó a correr. Ricardo miró en derredor. Vio que sus soldados daban media vuelta y huían, y las tropas enemigas lo rodeaban y agitando la espada en el aire, gritó:

 "¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!"

Pero no había ningún caballo para él. Su ejército se había desbandado, y sus tropas sólo pensaban en salvarse. Poco después los soldados de Enrique se abalanzaron sobre él, y la batalla terminó. Y desde esos tiempos, la gente dice:

    Por falta de un clavo se perdió una herradura,
    por falta de una herradura, se perdió un caballo,
    por falta de un caballo, se perdió una batalla,
    por falta de una batalla, se perdió un reino,
    y todo por falta de un clavo de herradura.
          
Quizás pensando en esta historia, Napoleón dijo:

"Vísteme lento que tengo prisa"

lunes, 10 de septiembre de 2012

El líder no puede olvidar que todos somos interdependientes



Samuel Langhorne Clemens, conocido por el seudónimo de Mark Twain (1835 – 1910). Curiosamente, nació durante una de las visitas a la Tierra del cometa Halley, y predijo que también se iría con él; murió al siguiente regreso a la Tierra del cometa, 74 años después. Fue un popular escritor, orador y humorista estadounidense. Escribió obras de gran éxito como El príncipe y el mendigo o Un yanqui en la corte del Rey Arturo, pero es conocido sobre todo por su novela Las aventuras de Tom Sawyer y su secuela Las aventuras de Huckleberry Finn.

Se comenta que un día, él fue a ver a su vecino para pedirle prestado un libro.
- Lo lamento mucho, dijo el vecino, pero no puedo prestar ningun libro.


He perdido tantos que he tomado la firme resolución de no permitir que salga uno más de mi casa. Sin embargo, lo invito, cordialmente, a que venga a leer mis libros en mi biblioteca.

Mark Twain, no dijo nada, y se sentó a leer un libro que había escogido.

Algunos días después, el vecino llegó a visitarlo para pedirle prestada su podadora de pasto. En ese momento, el escritor sonrió amablemente y dijo:
-Perdóneme, pero, he tomado la firme resolución de que ninguno de mis utensilios salga de mi casa. Usted puede, si lo desea, venir a sevirse de cualquiera de ellos en mi jardín. 

Se le atribuye, entre otras muchas, la siguiente expresión:
 
Aléjate de la gente que trata de empequeñecer tus ambiciones. La gente pequeña siempre hace eso, pero la gente realmente grande, te hace sentir que tú tambien puedes ser grande.

 

Reflexionando al respecto twittié:

"Busca a quiénes te alienten a seguir adelante y sé recíprocamente generoso con ellos".




viernes, 7 de septiembre de 2012

La voluntad de servicio marca nuestras vidas


George C. Boldt (1851-1916) era un prusiano-americano, hotelero hecho así mismo. Comenzó como ayudante de cocina en New York, y a la edad de 25 años, fue contratado por su futuro suegro para gestionar el comedor del club de caballeros, El Club de Filadelfia. Su primer trabajo en un hotel, fue en el Bellevue(1881). Luego compró un pequeño hotel, el Stratford. A lo largo de su carrera influyó en el desarrollo del hotel urbano como un centro cívico social y destino de lujo.
 

Una noche de tormenta, en el otoño de 1891, una pareja entró al hotel Stratford, buscando conseguir resguardo. Al  aproximarse al mostrador,  y preguntaron:
"¿Puede darnos una habitación?"


 
George C. Boldt, el gerente, un hombre atento con una cálida sonrisa, les dijo: "Hay tres convenciones simultáneas en Filadelfia... Todas las habitaciones de nuestro hotel y de los otros están tomadas." Al verlos angustiados, continuó: "Miren... no puedo enviarlos afuera con esta lluvia. Si ustedes aceptan la incomodidad, puedo ofrecerles mi propia habitación. Yo me quedaré terminando trabajo de oficina"
Ellos rechazaron, pero él insistió y finalmente terminaron ocupando su habitación.


A la mañana siguiente, al pagar la factura, el hombre pidió hablar con él y le dijo: "Usted es el tipo de gerente que yo tendría en mi propio hotel. Quizás algún día construya un hotel para usted". El gerente tomó la frase como un cumplido y se despidieron amistosamente.
Pasaron dos años y el gerente recibió una carta de aquel hombre, adjuntándole un pasaje de ida y vuelta a Nueva York con la petición expresa de que los visitase. Con cierta curiosidad, el gerente no desaprovechó esta oportunidad y concurrió a la cita.


En esta ocasión el hombre le llevó a la esquina de la Quinta Avenida y la Calle 34 y señaló con el dedo un imponente edificio de piedra rojiza y le dijo: "Mi Nombre es William Waldorf Astor. Este es mi hotel, el Waldorf Astoria y quiero que usted sea el Gerente General. 


El hombre miró anonadado y dijo: "Es una broma, ¿verdad?"
"Puedo asegurarle que no", le contestó con una sonrisa cómplice. 



Cuando leo esta historia, recuerdo la siguiente expresión:
"Cuando un cliente te pregunta algo, se convierte en tu responsabilidad."